3 jun 2009

Creer, lo más razonable y científico

INTRODUCCIÓN:
El P. Manuel M. Carreira, S.J. es Licenciado en Filosofía por la Universidad de Comillas y de Teología por la Universidad Loyola de Chicago. Su formación como científico incluye el Master en Física (John Carroll Univ., Cleveland) y el Doctorado con una tesis sobre rayos cósmicos (The Catholic Univ. of America, Washington). Desde 1970 ha ejercido la docencia e imparte conferencias por distintos lugares del mundo sobre temas que relacionan la ciencia actual con la problemática filosófica y teológica.

por José Antonio BENITO (Resumido)

¿De qué manera vincula su vocación de sacerdote con la de científico?

Dentro de las muchas cosas que la Iglesia hace según su misión está el educar y promover todo lo que es digno, valioso, en la actividad humana. La Iglesia, tradicionalmente, ha promovido la literatura, la poesía, la música, el arte, también la ciencia. Y como yo tenía el deseo de dedicarme a la ciencia y de enseñar, mi labor de científico ha ido en esa dirección de servir a la Iglesia como científico, pero también tenía el deseo, muy importante para mí, de ser sacerdote. (...) Cumplo lo que la Iglesia quiere del Observatorio Astronómico Vaticano, que tiene que hacer presente a la ciencia en el mundo de la Iglesia, y hacer presente a la Iglesia en el mundo de la ciencia.

¿Ciencia y fe son opuestas?

No, al contrario, se ayudan mutuamente. Son dos maneras distintas de conocer, pero ninguna de ellas es completa. La fe no me dice nada de cómo se mueven los astros, del funcionamiento de la naturaleza, de las estructuras vivientes. Por otra parte, la ciencia no me dice nada de lo que no se puede medir, no se puede experimentar: ni de lo que es el criterio de belleza para una obra de arte, ni del criterio de bondad para la ética o por qué el universo existe, o para qué existe, ni me dice nada del mundo del espíritu en general. La fe y la ciencia se deben respetar y ayudar mutuamente.

Para ver el resto de la entrevista puedes entrar a:

Para ver entrevistas en video sobre fe y razón: http://www.youtube.com/watch?v=Eo593hE52B4 y Evangelización de la cultura: http://www.youtube.com/watch?v=29GKANtx9AY&feature=channel_page

Iglesia de Cristo

por Luis Fernando Figari
Desde que empecé a reflexionar sobre las palabras del Señor Jesús en torno a la institución del Primado de San Pedro, no ha cesado de maravillarme la realidad de que la Iglesia es de Cristo. Con toda claridad dice el Señor: "Mi Iglesia". Las versiones latinas de la Escritura dirán: "Ecclesiam meam". Esto es una verdad de siempre, pero adquiere nuevos destellos luminosos de cara al gran Jubileo de los dos mil años de la amorosa venida del Verbo de Dios que, por obra del Espíritu y para nuestra salvación, se encarnó en la siempre Inmaculada Virgen María y se hizo hombre.
El Papa Juan Pablo II ha recordado que cuando el Señor dice "Ecclesiam meam": "Eso significa que la Iglesia será siempre Iglesia de Cristo, Iglesia que pertenece a Cristo". En 1955, el Papa Pío XII escribía la alentadora carta "A la Iglesia de Cristo" que peregrina en los países de América Latina. Nueve años después, el Papa Pablo VI titulaba su encíclica programática Ecclesiam suam, señalando: "Jesucristo ha fundado su Iglesia para que fuese al mismo tiempo madre amorosa de todos los hombres y dispensadora de salvación". Se describe así una magnífica realidad que es motivo de confianza y una gran alegría para todos los hijos de la Iglesia.

Desde siempre
Que la Iglesia es de Cristo, no es novedad para el creyente. Pues como acabamos de recordar lo manifiesta el mismo Señor Jesús. Él llama suya a la Iglesia. Por muchas razones esto es así. La Iglesia hace presente al Señor Jesús en el mundo. El Concilio enseña que "del costado de Cristo dormido en la Cruz, nació el admirable sacramento de toda la Iglesia". Grande misterio el de la Iglesia que se identifica como Cuerpo Místico del que el Señor Jesús es la Cabeza.
Hablando, pues, en sentido propio, la Iglesia es de Cristo, es el Pueblo de Dios. El Señor "la adquirió con su sangre, la llenó de su Espíritu y la proveyó de medios aptos para una unión visible y social". Como bien dice la Lumen gentium, "la Iglesia es en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano". Ella es sacramento universal y necesario de salvación que manifiesta la realidad del Señor presente y reconciliante. Es la luz del Señor la que "resplandece sobre el rostro de su Iglesia". Su sacramentalidad, su naturaleza reconciliativa que lleva a la comunión, y su misión apostólica son rasgos que expresan la realidad de la Iglesia como Pueblo que acoge el Evangelio, y dejándose evangelizar y reconciliar, responde a la misión de anunciar la Buena Nueva de Jesús, Evangelizador y Reconciliador.

Comunión
El Señor Jesús "estableció su Iglesia santa, comunidad de fe, esperanza y caridad en este mundo". Él "la erigió para siempre como columna y fundamento de la verdad". El Concilio presenta esta enseñanza a nuestro tiempo. También el Magisterio del Papa Juan Pablo II lo ha venido reiterando. La adhesión plena a Cristo y al Plan divino que en Él se manifiesta, es adhesión a su Iglesia, la Iglesia de Cristo, la que confesamos, "credo Ecclesiam". La fidelidad a la Iglesia, invita a sentir con Ella y amarla coherentemente.
En la Ecclesia in America, el Papa, recordando la parábola de la Vid y los sarmientos, dice: "Es necesario proclamar que la Iglesia es signo e instrumento de la comunión querida por Dios, iniciada en el tiempo y dirigida a su perfección en la plenitud del Reino. La Iglesia es signo de comunión porque sus miembros, como sarmientos, participan de la misma vida de Cristo, la verdadera vid. En efecto, por la comunión con Cristo, Cabeza del Cuerpo místico, entramos en comunión viva con todos los creyentes".

Misión
Ante ese magno horizonte que se muestra en la realidad de la Iglesia de Cristo, todos, "siendo sinceros en la caridad" desde el propio estado y desde la propia misión de vida, hemos de crecer en todo lo que atañe al divino Plan para cada cual, de manera que, en unión con la Cabeza que es Cristo, todo el Cuerpo, con la fuerza de la gracia, vaya creciendo y cooperando en la realización de la misión de la Iglesia, edificando en justicia, caridad y verdad. Precisamente la luz de la verdad, que siempre debe signar nuestro amor y adhesión al Señor y a su Iglesia, es base para que se haga concreta y se despliegue la comunión, y brille así de manera más radiante, manifestando en ello una fundamental dimensión de la sacramentalidad de la Iglesia.
La misión apostólica que cada creyente está invitado a vivir supone un encuentro con el Señor y la adhesión afectiva y efectiva a su divino Plan. El anuncio de la Buena Nueva que debe hacer cada hijo de la Iglesia, ha de encarnarse en su propia vida y ha de testimoniarse mediante la coherencia cotidiana, así como por la proclamación de la fe. De cara al siglo XXI el misterio de la Iglesia del Señor Jesús adquiere una renovada intensidad. El Jubileo que precede al nuevo milenio ha de iluminar asuntos fundamentales para la vida cristiana. La fe debe hacerse más consciente y desplegarse con cotidiana constancia, mostrándose respuesta a los anhelos del ser humano.
En este link puedes encontrar más textos de Luis Fernando http://www.m-v-c.org/subsidios/lff.htm