17 jul 2008

El hombre de acción

Reflexión personal escrita en noviembre de 1947

I. Virtudes del hombre de acción

Hay que llegar a la lealtad total. A una absoluta transparencia, a vivir de tal manera que nada en mi conducta rechace el examen de los hombres, que todo pueda ser examinado. Una conciencia que aspira a esta rectitud siente en sí misma las menores desviaciones y las deplora: se concentra en sí misma, se humilla, halla la paz.

Debo considerarme siempre servidor de una gran obra. Y, porque mi papel es el de sirviente, no rechazar las tareas humildes, las ocupaciones modestas de administración, aun las de aseo... Muchos aspiran al tiempo tranquilo para pensar, para leer, para preparar cosas grandes, pero hay tareas que todos rechazan, que ésas sean de preferencia las mías. Todo ha de ser realizado si la obra se ha de hacer. Lo que importa es hacerlo con inmenso amor. Nuestras acciones valen en función del peso de amor que ponemos en ellas.

La humildad consiste en ponerse en su verdadero sitio. Ante los hombres, no en pensar que soy el último de ellos, porque no lo creo; ante Dios, en reconocer continuamente mi dependencia absoluta respecto de Él, y que todas mis superioridades frente a los demás provienen de Él.

Ponerse en plena disponibilidad frente a su plan, frente a la obra que hay que realizar. Mi actitud ante Dios no es la de desaparecer, sino la de ofrecerme con plenitud para una colaboración total.

Humildad es, por tanto, ponerse en su sitio, tomar todo su sitio, reconocerse tan inteligente, tan virtuoso, tan hábil como uno cree serlo; darse cuenta de las superioridades que uno cree tener, pero sabiéndose en absoluta dependencia ante Dios, y que todo lo ha recibido para el bien común. Ese es el gran principio: Toda superioridad es para el bien común (Santo Tomás).

No soy yo el que cuenta, es la obra. No achatarme. Caminar al paso de Dios. No correr más que Dios. Fundir mi voluntad de hombre con la voluntad de Dios. Perderme en Él. Todo lo que yo agrego de puramente mío, está demás; mejor, es nada. No esperar reconocimiento, pero alegrarse y agradecer los que vienen. No achicarme ante los fracasos; mirar lo que queda por hacer, y saber que mañana habrá un nuevo golpe, y todo esto con alegría.

Munificencia, magnificencia, magnanimidad, tres palabras casi desconocidas en nuestro tiempo. La munificencia y la magnificencia no temen el gasto para realizar algo grande y bello. Piensa en otra cosa que en invertir y llenar los bolsillos de sus partidarios. El magnánimo piensa y realiza en forma digna de la humanidad: no se achica. Hoy se necesita tanto, por que en el mundo moderno todo está ligado. El que no piensa en grande, en función de todos los hombres, está perdido de antemano. Algunos te dirán: «¡Cuidado con el orgullo!... ¿por qué pensar tan grande?». Pero no hay peligro: mientras mayor es la tarea, más pequeño se siente uno. Vale más tener la humildad de emprender grandes tareas con peligro de fracasar, que el orgullo de querer tener éxito, achicándose.

Grandeza y recompensa del militante en el gran combate que libra: sobrepasarse siempre más en el amor... ¿El éxito? ¡Abandonarlo a Dios!

II. Pecados de un hombre de acción

Creerse indispensable a Dios. No orar bastante. Perder el contacto con Dios. Andar demasiado a prisa. Querer ir más rápido que Dios. Pactar, aunque sea ligeramente, con el mal para tener éxito.

No darse entero. Preferirse a la Iglesia. Estimarse en más que la obra que hay que realizar, o buscarse en la acción. Trabajar para sí mismo. Buscar su gloria. Enorgullecerse. Dejarse abatir por el fracaso. Aunque más no sea, nublarse ante las dificultades.

Emprender demasiado. Ceder a sus impulsos naturales, a sus prisas inconsideradas u orgullosas. Cesar de controlarse. Apartarse de sus principios.

Trabajar por hacer apologética y no por amor. Hacer del apostolado un negocio, aunque sea espiritual.

No esforzarse por tener una visión lo más amplia posible. No retroceder para ver el conjunto. No tener cuenta del contexto del problema.

Trabajar sin método. Improvisar por principio. No prevenir. No acabar.

Racionalizar con exceso. Ser titubeante, o ahogarse en los detalles. Querer siempre tener razón.

Mandarlo todo. No ser disciplinado.

Evadirse de las tareas pequeñas. Sacrificar a otro por mis planes. No respetar a los demás; no dejarles iniciativas; no darles responsabilidades. Ser duro para sus asociados y para sus jefes. Despreciar a los pequeños, a los humildes y a los menos dotados. No tener gratitud.

Ser sectario. No ser acogedor. No amar a sus enemigos.

Tomar a todo el que se me opone como si fuese mi enemigo. No aceptar con gusto la contradicción. Ser demoledor por una crítica injusta o vana.

Estar habitualmente triste o de mal humor. Dejarse ahogar por las preocupaciones del dinero.

No dormir bastante, ni comer lo suficiente. No guardar, por imprudencia y sin razón valedera, la plenitud de sus fuerzas y gracias físicas.

Dejarse tomar por compensaciones sentimentales, pereza, ensueños. No cortar su vida con períodos de calma, sus días, sus semanas, sus años...


Para ver otros escritos del P. San Alberto Hurtado puedes entrar a http://www.puc.cl/hurtado/02_homescritos.htm

4 jul 2008

¿Por qué a él le va mejor que a mi?

Louis de wohl

Los malvados, los desaprensivos, los egoístas natos, ésos son los que triunfan! Viven en villas elegantes y beben champán, viajan a la Riviera, se divierten en Marbella gastando una millonada, todo el mundo les hace reverencias y pueden tener todo lo que quieran.Y nosotros nos matamos a trabajar, vivimos con decencia y nos podemos dar por contentos si conseguimos abrirnos camino medianamente. Si existe un Dios justo, ¿por qué les va entonces bien a los malos, y a los buenos mal?

De esta acusación existen naturalmente numerosas variantes, pero en definitiva todas van a parar a lo mismo. Si Dios fuera justo, a los malos no debería salirles nada bien y a los buenos todo. Y yo, yo ¡naturalmente! soy bueno. Y ese que lo ha «conseguido» es ¡naturalmente! malo. A veces, surge de inmediato un pequeño apéndice mordaz: «Usted dirá, desde luego, que al otro le irá muy mal en la vida eterna y a mí muy bien. Pero eso aquí no me sirve de nada». Y detrás de esto se esconde la frase: «Además, quién sabe si eso de la vida eterna será cierto al fin y al cabo».

Este planteamiento puede ir mucho más lejos: ¿Por qué A es inteligente y B tonto? ¿Por qué la señorita C es guapa y la señorita D, expresándonos con cortesía, menos guapa? ¿Por qué E está sano y F enfermo? ¿Por qué G vive en un país azotado por las guerras y H en un país en paz? ¿Por qué la señora J da a luz seis hijos y la señora I ninguno? ¿Acaso el mundo es una lotería?En definitiva la idea que subyace en este planteamiento es la de que un Dios justo deberá hacer que la vida de los hombres en la tierra transcurriese conforme a los méritos que nosotros vemos en ellos. Y si Dios se atiene a esta receta, quedaría inmediatamente desenmascarado como injusto: bastaría con que a una sola persona buena le fuese mal en su vida y a una sola persona mala le fuese bien.

Según esto, un solo asesinato convertiría a un hombre en asesino; un solo robo, en ladrón; una sola injusticia, en injusto. Además, se entiende que irle a uno bien en la vida significa villa, Riviera, Marbella, etc., es decir, poseer una especie de primitivo Paraíso-en-la-tierra.Si Dios siguiese esta receta inmediatamente se expondría a cientos de acusaciones, porque en realidad seríamos nosotros los que nos erigiríamos en jueces, determinando a quién le debería ir bien la vida y a quién le debería ir mal. Y ¿qué pasa con nuestra propia justicia? Ya el hecho de que nos consideremos buenos es suficiente para juzgarnos.

Es una mentira presuntuosa. Y lo bueno o malo que puede ser el otro, de eso sabemos muy poco. A esto hay que añadir que nuestra naturaleza se inclina casi siempre a acostumbrarnos rápidamente a deleites materiales, a considerarlos naturales, a convertirnos en hartos, pedantes y orgullosos, pero sobre todo: lo más opuesto a felices.

Conozco a muchos millonarios, pero ninguno feliz. Cada uno de nosotros está destinado para una tarea totalmente individual, incluso el enfermo F y la nada agraciada señorita D. Y lo más estúpido y equivocado que podemos hacer es comparar nuestra propia vida con la de otro, llenos de envidia o con arrogancia despreciativa.¿Por qué vive el papagayo cien años y el caballo treinta? ¿Por qué un hombre ochenta y el otro sólo veinte? Quien como nosotros sólo puede abarcar un sector mínimo de la vida y, en el mejor de los casos, sólo domina la pequeña tabla de multiplicar de la justicia, será preferible que se abstenga de juzgar. Cristo lo ha expresado con toda claridad. «¿Qué te importa a ti eso? ¡Sígueme TU!».

¿Por qué?


Es difícil conseguir la auténtica libertad, más aún si se debe obtener luchando contra nosotros mismos y contra las cosas que nos esclavizan.


La vida se me puede escapar,
se puede ir,
por mi dureza,
por mi rigidez.

La rigidez invadía mi mente,
la dureza de mis músculos,
detenían mis venas,
la vida se quedó en mis huesos, tiesos,
el corazón estaba vacío
ya no golpeteaba incesantemente,
¿tendré que cambiar?
¿de verdad quiero la libertad?

Los gritos, ¿por qué?
Atravesaban mi cerebro,
cual hielos puntiagudos,
¿Por qué yo?
¿Cómo me exiges ser libre
¿en medio de la libertad de este mundo?
¿acaso no lo estoy siendo?
Como todos los que deambulan por el mundito,
¿Por qué?
Por que es lo mejor.
Autor: Paul Neyra

El sentido épico de la existencia en Antoine de Saint-Exupéry

Oscar Tokumura Tokumura es miembro del Sodalicio de Vida Cristiana, y como fruto de su reflexión personal ha elabarado este desarrollo sobre "El sentido épico de la existencia en Antoine de Saint-Exupéry" que nos puede dar muchas luces sobre la actitud ante la vida cristiana.
Los dos estractos que pongo a continuación son una parte del texto completo que lo puedes ver entrando a este link http://www.parresia.org/literatura/lit_02.htm


"a) UN MUNDO SIN HÉROES
¿Por qué hablar del sentido heroico de la existencia? ¿Suena anticuado tal vez?. Y es que nos encontramos en un mundo en que los héroes son especie en extinción.
Sólo por tomar un ejemplo, el contrabando cinematográfico ha difundido masivamente una imagen distorsionada del héroe. Desde los antihéroes de fines de los 60, con Charles Bronson y Clint Eastwood, difundiendo por primera vez una imagen de antihéroes que rompían la ley, anti modelos elevados al podio de la admiración. Los mismos héroes infantiles de los comics son personajes que en el último han ido degenerando hasta llegar a un Batman con problemas siquiátricos y una vida atormentada.
Un fenómeno aparecido en la década de los 90 en que hemos visto desfilar a las estrellas del deporte como los nuevos ídolos. Para muchas jóvenes las Top Models o las actrices son los nuevos ídolos que aspiran alcanzar. El tema es bastante más complicado, pero me limito a señalar algunos hitos más importantes en su difusión masiva.
Prima la apariencia y el brillo de lo espectacular. Lo más grave quizá es que la frivolidad mundana recubre el mundo con una capa de banalidad que termina ocultando el valor auténtico de las cosas. Por ello el compromiso responsable se hace muy difícil. La ola de quejas por la suspensión de la temporada deportiva en Estados Unidos a raíz de los recientes ataques terroristas del 11 de setiembre nos deben llamar a la reflexión..."


"EL CENTINELA
a) EL LLAMADO
Para Saint-Exupéry la conciencia de ser responsable brota de un llamado a ser de la vanguardia. No todos tienen que ser centinelas resguardando la misma muralla. No todo el mundo tiene el mismo peso de responsabilidad sobre sus hombros y eso es evidente. Un padre de familia no tiene la misma responsabilidad del niño de meses que duerme plácido en su cuna, un maestro no carga el mismo peso que el más pequeño de sus alumnos. Pero ciertamente podemos afirmar que cada uno, desde su propio puesto tiene la misión del centinela, de ser responsable de la ciudad encomendada.
“Había, pues, algunos semejantes a centinelas frente a la noche como frente al mar. «Helos ahí —me decía yo—, testigos de la vida ante el mar impenetrable. En vanguardia. Somos pocos los que velamos sobre los hombres, a quienes las estrellas deben su respuesta. Somos unos pocos de pie con nuestra opción de Dios. Soportando la carga de la ciudad, somos algunos entre los sedentarios a los que flagela duramente el viento helado que cae como un manto frío de las estrellas».

Capitanes, camaradas míos, he aquí que es dura la noche venidera. Porque los que duermen no saben que la vida es sólo cambios y crujidos interiores del cedro y muda dolorosa. Somos unos pocos que sostenemos por ellos ese fardo, somos unos pocos en las fronteras aquellos a quienes quema el mal y que reman lentamente hacia el día, que aguardan, como en el mástil del vigía, la respuesta a sus preguntas ...
Fue entonces cuando me pareció que una misma frontera separa la angustia del fervor. Porque angustia y fervor se tocan en lo mismo. Ambos son sentimientos del espacio y de la extensión.
«Velan conmigo —decía yo—, únicamente los angustiados y los fervorosos. Que reposen, pues, los otros. Los que han creado durante el día y que no tienen vocación para permanecer a la vanguardia...».”