28 abr 2008

Un Examén necesario


.....¨Aquí descubrimos la esencia de la mentira diabólica: en la visión que el diablo tiene del mundo, Dios aparece como algo superfluo, como algo que no es necesario para la salvación del hombre. Dios es un lujo para ricos...
Sólo Dios basta; si alguien otorga al hombre todos los bienes del mundo, pero le esconde a Dios, no le salva; no sería esto salvación sino fraude y mentira. Repitámoslo una vez más: la mentira del diablo es peligrosa, proque se parece increíblemente a la verdad; absolutiza es apecto más llamativo de la verdad. Llegamos ahora al punto en que debe dar comienzo nuestro examen de conciencia, en una doble dirección.
¿No nos hallamos también nosotros expuestos al peligro de pensar que Dios no es de primera necesidad para el hombre, y que el desarrollo técnico y económico es más urgente que el espiritual? ¿No pensamos también que las realidades espirituales son menos eficaces que las materiales? ¿no se abre paso también entre nosotros una cierta tendencia a diferir el anuncio de la verdad de Dios porque juzgamos que hay que haber primero cosas ¨más necesarias¨? Y, sin embargo, comprobamos de hecho que, cuando el desarrollo económico no va acompañado del desarrollo espiritual, destruye al hombre y al mundo.
Pero, ¿cómo es posible que nosotros lleguemos a pensar que Dios, el Dios Trinitario, el Hijo encarnado, el Espíritu Santo y la verdad concreta de la Revelación, que se conserva y vive en la Iglesia, sean menos importantes o menos urgentes que el desarrollo económico? Este pensamiento sería de todo punto imposible si nuestra vida se nutriera día a día de la palabra de Dios.
La mentira del diablo sólo puede introducirse en nuestras almas cuando, en nuestra existencia personal, preferimos el bienestar material a la grandeza y a la dolorosa carga de la verdad. El diablo puede invadirnos únicamente cuando Dios se convierte en algo secundario en la vida personal.
En la barahúnda de nuestras ocupaciones diarias acontece fácilmente que Dios pasa a un segundo plano. Dios es paciente y silencioso; las cosas, en cambio, urgen imperiosamente nuestra atención; es mucho más fácil diferir la escucha de la palabra de Dios que muchas otras cosas. Examinemos en estos días nuestra conciencia y volvamos al orden verdadero, a la primacía de Dios¨.
¨El camino pascual.¨ Cardenal Joseph Ratzinger.

10 abr 2008

¡Hay que ser bueno! ; ¿quién lo es?

Siempre se repite entre católicos malos e ignorantes la afirmación: Hay que ser bueno, nada más. No le importa a Dios la fe de los hombres, con tal, pues, que sean buenos. A Dios le agrada sólo el hombre que es de veras bueno.
Si un hombre es de veras bueno, claro que agrada a Dios. Pero preguntemos primero: ¿ qué condición o condiciones deben estar cumplidas para que una cosa o un hombre puedan de veras ser llamados buenos?
Digamos que tengo un reloj que me parece muy bueno. Es una obra excelente. El mejor metal se ha usado en su construcción; hay partes de plata y de oro. Es, pues un reloj muy bueno! Solo que le falta la aguja chica. ¡Pero por lo demás es un reloj muy bueno!
¿Es así? ¿Es ese reloj muy bueno? No, ¡ese reloj es más bien muy malo! Porque no sirve para nada a la finalidad para la cual existen los relojes. No sirve para indicar la hora; por lo tanto es malo.
La misma cosa sería con un carro del material más excelente y caro, y con todas las comodidades posibles. Sólo le faltan dos ruedas, aunque las otras dos son muy buenas. Este carro es malo, porque no sirve a la finalidad para la cual existen los autos.
Así terminamos dejando constancia de lo siguiente: El hombre tiene por finalidad la glorificación de Dios. Lo glorifica creyendo en su doctrina y obedeciendo a sus mandamientos.
Aunque un hombre tenga muchas buenas y hasta preciosas cualidades, si no sirve para cumplir la finalidad para la cual existen los hombres, entonces este hombre es malo y debe ser llamado así. Tal hombre no agrada a Dios, sino que le desagrada sumamente.
“Ay de los que al mal llaman bien y al bien mal, que ponen tinieblas por luz y luz por tinieblas” (Is. 5,20)
+Monseñor Federico Kaiser, MSC Obispo

Lanzarse por una amistad verdadera

Una de las escenas más hermosas de toda la Biblia se encuentra al final del Evangelio de san Juan. Es de mañana y el sol está apenas saliendo. Pedro y los otros cinco apóstoles están cansados de haber pasado toda la noche intentando pescar sin haber obtenido nada como fruto de sus esfuerzos. De repente escuchan un grito que viene de la orilla: “Muchachos, ¿han pescado algo?” Nos es familiar lo que pasará después: la pesca milagrosa.Pero el momento más cautivador lo vemos en la reacción de Pedro, cuando se lanza de la barca. Juan dice solo tres palabras, “¡Es el Señor!”, y le bastan a Pedro para tirarse al agua. Si tuviésemos una foto de aquel momento, de Pedro en pleno vuelo, nos diría mil palabras; palabras sobre todo de la amistad que le motivó a lanzarse; de la amistad que comparten Jesucristo y Pedro. Pero, ¿qué es la verdadera amistad, cómo se forma y qué importancia tiene para mí?De entre todas las virtudes humanas que hay, pocas nos atraen tanto como la amistad. Aristóteles distingue tres tipos de amistad en la “Ética Nicomaquea.”La primera se trata de la amistad de utilidad: es bueno para mí tener esta relación, me es útil y puedo sacarle provecho. Esto es lo que esperaríamos de las relaciones entre empresarios; nos asociamos porque nos ayuda para ganar dinero o una mejor posición social.El segundo tipo tiene como base el placer: me gusta estar con el otro porque es divertido y me hace sentir bien.El tercero se trata de la verdadera amistad. Esta amistad encuentra su razón de ser en la virtud y bondad del otro. Como amigos compartimos el deseo de vivir una vida virtuosa, los altos ideales.

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