26 feb 2010

Jesús recibe a los pecadores

Pbro. San Alberto Hurtado

Meditación de retiro acerca de la misericordia de Jesús

«¡Éste recibe a los pecadores!» era la acusación que lanzaban contra Jesucristo hipócritamente escandalizados los fariseos (Lc 15,2). «¡Éste recibe a los pecadores!» Y ¡es verdad! Esas palabras son como el distintivo exclusivo de Jesucristo. ¡Ahí pueden escribirse sobre esa cruz, en la puerta de ese Sagrario!

Distintivo exclusivo, porque si no es Jesucristo, ¿quién recibe misericordiosamente a los pecadores? ¿Acaso el mundo?... ¿El mundo?... ¡por Dios!, si se nos asomara a la frente toda la lepra moral de injusticias que quizás ocultamos en los repliegues de la conciencia, ¿qué haría el mundo sino huir de nosotros gritando escandalizado: ¡Fuera el leproso!? Rechazarnos brutalmente diciéndonos, como el fariseo, ¡apártate que manchas con tu contacto!

El mundo hace pecadores a los hombres, pero luego que los hace pecadores, los condena, los injuria, y añade al fango de sus pecados el fango del desprecio. Fango sobre fango es el mundo: el mundo no recibe a los pecadores. A los pecadores no los recibe más que Jesucristo.

San Juan Crisóstomo: ¡Dios mío, ten misericordia de mí! ¿Misericordia pides? ¡Pues nada temas! Donde hay misericordia no hay investigaciones judiciales sobre la culpa, ni aparato de tribunales, ni necesidad de alegar razonadas excusas. ¡Grande es la tormenta de mis pecados, Dios mío! Pero, ¡mayor es la bonanza de tu misericordia!

Jesucristo, luego que apareció en el mundo, ¿a quién llama? ¡A los magos! ¿Y después de los magos? ¡Al publicano! Y después del publicano a la prostituta, ¿y después de la prostituta? ¡Al salteador! ¿Y después del salteador? Al perseguidor impío.

¿Vives como un infiel? Infieles eran los magos. ¿Eres usurero? Usurero era el publicano. ¿Eres impuro? Impura era la prostituta. ¿Eres homicida? Homicida era el salteador. ¿Eres impío? Impío era Pablo, porque primero fue blasfemo y luego apóstol; primero perseguidor, luego evangelista... No me digas: «soy blasfemo, soy sacrílego, soy impuro». Pues, ¿no tienes ejemplo de todos los pecados perdonados por Dios?

¿Has pecado? Haz penitencia. ¿Has pecado mil veces? Haz penitencia mil veces. A tu lado se pondrá Satanás para desesperarte. No lo sigas, más bien recuerda estas cinco palabras: «Jesús recibe a los pecadores», palabras que son un grito inefable del amor, una efusión inagotable de misericordia, y una promesa inquebrantable de perdón.

Cuán hermoso es tornando a tus huellas
De nuevo por ellas
seguro correr
No es tan dulce tras noche sombría
la lumbre del día
que empieza a nacer.

MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI PARA LA CUARESMA 2010


« La justicia de Dios se ha manifestado por la fe en Jesucristo » (cf. Rm 3,21-22)

Queridos hermanos y hermanas:

Cada año, con ocasión de la Cuaresma, la Iglesia nos invita a una sincera revisión de nuestra vida a la luz de las enseñanzas evangélicas. Este año quiero proponeros algunas reflexiones sobre el vasto tema de la justicia, partiendo de la afirmación paulina: «La justicia de Dios se ha manifestado por la fe en Jesucristo» (cf. Rm 3,21-22).

Justicia: “dare cuique suum”

Me detengo, en primer lugar, en el significado de la palabra “justicia”, que en el lenguaje común implica “dar a cada uno lo suyo” - “dare cuique suum”, según la famosa expresión de Ulpiano, un jurista romano del siglo III. Sin embargo, esta clásica definición no aclara en realidad en qué consiste “lo suyo” que hay que asegurar a cada uno. Aquello de lo que el hombre tiene más necesidad no se le puede garantizar por ley. Para gozar de una existencia en plenitud, necesita algo más íntimo que se le puede conceder sólo gratuitamente: podríamos decir que el hombre vive del amor que sólo Dios, que lo ha creado a su imagen y semejanza, puede comunicarle. Los bienes materiales ciertamente son útiles y necesarios (es más, Jesús mismo se preocupó de curar a los enfermos, de dar de comer a la multitud que lo seguía y sin duda condena la indiferencia que también hoy provoca la muerte de centenares de millones de seres humanos por falta de alimentos, de agua y de medicinas), pero la justicia “distributiva” no proporciona al ser humano todo “lo suyo” que le corresponde. Este, además del pan y más que el pan, necesita a Dios. Observa san Agustín: si “la justicia es la virtud que distribuye a cada uno lo suyo... no es justicia humana la que aparta al hombre del verdadero Dios” (De Civitate Dei, XIX, 21).

¿De dónde viene la injusticia?

El evangelista Marcos refiere las siguientes palabras de Jesús, que se sitúan en el debate de aquel tiempo sobre lo que es puro y lo que es impuro: “Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre... Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas” (Mc 7,15. 20-21). Más allá de la cuestión inmediata relativa a los alimentos, podemos ver en la reacción de los fariseos una tentación permanente del hombre: la de identificar el origen del mal en una causa exterior. Muchas de las ideologías modernas tienen, si nos fijamos bien, este presupuesto: dado que la injusticia viene “de fuera”, para que reine la justicia es suficiente con eliminar las causas exteriores que impiden su puesta en práctica. Esta manera de pensar ―advierte Jesús― es ingenua y miope. La injusticia, fruto del mal, no tiene raíces exclusivamente externas; tiene su origen en el corazón humano, donde se encuentra el germen de una misteriosa convivencia con el mal. Lo reconoce amargamente el salmista: “Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre” (Sal 51,7). Sí, el hombre es frágil a causa de un impulso profundo, que lo mortifica en la capacidad de entrar en comunión con el prójimo. Abierto por naturaleza al libre flujo del compartir, siente dentro de sí una extraña fuerza de gravedad que lo lleva a replegarse en sí mismo, a imponerse por encima de los demás y contra ellos: es el egoísmo, consecuencia de la culpa original. Adán y Eva, seducidos por la mentira de Satanás, aferrando el misterioso fruto en contra del mandamiento divino, sustituyeron la lógica del confiar en el Amor por la de la sospecha y la competición; la lógica del recibir, del esperar confiado los dones del Otro, por la lógica ansiosa del aferrar y del actuar por su cuenta (cf. Gn 3,1-6), experimentando como resultado un sentimiento de inquietud y de incertidumbre. ¿Cómo puede el hombre librarse de este impulso egoísta y abrirse al amor?

Justicia y Sedaqad

En el corazón de la sabiduría de Israel encontramos un vínculo profundo entre la fe en el Dios que “levanta del polvo al desvalido” (Sal 113,7) y la justicia para con el prójimo. Lo expresa bien la misma palabra que en hebreo indica la virtud de la justicia: sedaqad,. En efecto, sedaqad significa, por una parte, aceptación plena de la voluntad del Dios de Israel; por otra, equidad con el prójimo (cf. Ex 20,12-17), en especial con el pobre, el forastero, el huérfano y la viuda (cf. Dt 10,18-19). Pero los dos significados están relacionados, porque dar al pobre, para el israelita, no es otra cosa que dar a Dios, que se ha apiadado de la miseria de su pueblo, lo que le debe. No es casualidad que el don de las tablas de la Ley a Moisés, en el monte Sinaí, suceda después del paso del Mar Rojo. Es decir, escuchar la Ley presupone la fe en el Dios que ha sido el primero en “escuchar el clamor” de su pueblo y “ha bajado para librarle de la mano de los egipcios” (cf. Ex 3,8). Dios está atento al grito del desdichado y como respuesta pide que se le escuche: pide justicia con el pobre (cf. Si 4,4-5.8-9), el forastero (cf. Ex 20,22), el esclavo (cf. Dt 15,12-18). Por lo tanto, para entrar en la justicia es necesario salir de esa ilusión de autosuficiencia, del profundo estado de cerrazón, que es el origen de nuestra injusticia. En otras palabras, es necesario un “éxodo” más profundo que el que Dios obró con Moisés, una liberación del corazón, que la palabra de la Ley, por sí sola, no tiene el poder de realizar. ¿Existe, pues, esperanza de justicia para el hombre?

Cristo, justicia de Dios

El anuncio cristiano responde positivamente a la sed de justicia del hombre, como afirma el Apóstol Pablo en la Carta a los Romanos: “Ahora, independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado... por la fe en Jesucristo, para todos los que creen, pues no hay diferencia alguna; todos pecaron y están privados de la gloria de Dios, y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien exhibió Dios como instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe, para mostrar su justicia (Rm 3,21-25).

¿Cuál es, pues, la justicia de Cristo? Es, ante todo, la justicia que viene de la gracia, donde no es el hombre que repara, se cura a sí mismo y a los demás. El hecho de que la “propiciación” tenga lugar en la “sangre” de Jesús significa que no son los sacrificios del hombre los que le libran del peso de las culpas, sino el gesto del amor de Dios que se abre hasta el extremo, hasta aceptar en sí mismo la “maldición” que corresponde al hombre, a fin de transmitirle en cambio la “bendición” que corresponde a Dios (cf. Ga 3,13-14). Pero esto suscita en seguida una objeción: ¿qué justicia existe dónde el justo muere en lugar del culpable y el culpable recibe en cambio la bendición que corresponde al justo? Cada uno no recibe de este modo lo contrario de “lo suyo”? En realidad, aquí se manifiesta la justicia divina, profundamente distinta de la humana. Dios ha pagado por nosotros en su Hijo el precio del rescate, un precio verdaderamente exorbitante. Frente a la justicia de la Cruz, el hombre se puede rebelar, porque pone de manifiesto que el hombre no es un ser autárquico, sino que necesita de Otro para ser plenamente él mismo. Convertirse a Cristo, creer en el Evangelio, significa precisamente esto: salir de la ilusión de la autosuficiencia para descubrir y aceptar la propia indigencia, indigencia de los demás y de Dios, exigencia de su perdón y de su amistad.

Se entiende, entonces, como la fe no es un hecho natural, cómodo, obvio: hace falta humildad para aceptar tener necesidad de Otro que me libere de lo “mío”, para darme gratuitamente lo “suyo”. Esto sucede especialmente en los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. Gracias a la acción de Cristo, nosotros podemos entrar en la justicia “más grande”, que es la del amor (cf. Rm 13,8-10), la justicia de quien en cualquier caso se siente siempre más deudor que acreedor, porque ha recibido más de lo que podía esperar.

Precisamente por la fuerza de esta experiencia, el cristiano se ve impulsado a contribuir a la formación de sociedades justas, donde todos reciban lo necesario para vivir según su propia dignidad de hombres y donde la justicia sea vivificada por el amor.

Queridos hermanos y hermanas, la Cuaresma culmina en el Triduo Pascual, en el que este año volveremos a celebrar la justicia divina, que es plenitud de caridad, de don y de salvación. Que este tiempo penitencial sea para todos los cristianos un tiempo de auténtica conversión y de intenso conocimiento del misterio de Cristo, que vino para cumplir toda justicia. Con estos sentimientos, os imparto a todos de corazón la bendición apostólica.

Vaticano, 30 de octubre de 2009

BENEDICTUS PP. XVI

3 jun 2009

Creer, lo más razonable y científico

INTRODUCCIÓN:
El P. Manuel M. Carreira, S.J. es Licenciado en Filosofía por la Universidad de Comillas y de Teología por la Universidad Loyola de Chicago. Su formación como científico incluye el Master en Física (John Carroll Univ., Cleveland) y el Doctorado con una tesis sobre rayos cósmicos (The Catholic Univ. of America, Washington). Desde 1970 ha ejercido la docencia e imparte conferencias por distintos lugares del mundo sobre temas que relacionan la ciencia actual con la problemática filosófica y teológica.

por José Antonio BENITO (Resumido)

¿De qué manera vincula su vocación de sacerdote con la de científico?

Dentro de las muchas cosas que la Iglesia hace según su misión está el educar y promover todo lo que es digno, valioso, en la actividad humana. La Iglesia, tradicionalmente, ha promovido la literatura, la poesía, la música, el arte, también la ciencia. Y como yo tenía el deseo de dedicarme a la ciencia y de enseñar, mi labor de científico ha ido en esa dirección de servir a la Iglesia como científico, pero también tenía el deseo, muy importante para mí, de ser sacerdote. (...) Cumplo lo que la Iglesia quiere del Observatorio Astronómico Vaticano, que tiene que hacer presente a la ciencia en el mundo de la Iglesia, y hacer presente a la Iglesia en el mundo de la ciencia.

¿Ciencia y fe son opuestas?

No, al contrario, se ayudan mutuamente. Son dos maneras distintas de conocer, pero ninguna de ellas es completa. La fe no me dice nada de cómo se mueven los astros, del funcionamiento de la naturaleza, de las estructuras vivientes. Por otra parte, la ciencia no me dice nada de lo que no se puede medir, no se puede experimentar: ni de lo que es el criterio de belleza para una obra de arte, ni del criterio de bondad para la ética o por qué el universo existe, o para qué existe, ni me dice nada del mundo del espíritu en general. La fe y la ciencia se deben respetar y ayudar mutuamente.

Para ver el resto de la entrevista puedes entrar a:

Para ver entrevistas en video sobre fe y razón: http://www.youtube.com/watch?v=Eo593hE52B4 y Evangelización de la cultura: http://www.youtube.com/watch?v=29GKANtx9AY&feature=channel_page

Iglesia de Cristo

por Luis Fernando Figari
Desde que empecé a reflexionar sobre las palabras del Señor Jesús en torno a la institución del Primado de San Pedro, no ha cesado de maravillarme la realidad de que la Iglesia es de Cristo. Con toda claridad dice el Señor: "Mi Iglesia". Las versiones latinas de la Escritura dirán: "Ecclesiam meam". Esto es una verdad de siempre, pero adquiere nuevos destellos luminosos de cara al gran Jubileo de los dos mil años de la amorosa venida del Verbo de Dios que, por obra del Espíritu y para nuestra salvación, se encarnó en la siempre Inmaculada Virgen María y se hizo hombre.
El Papa Juan Pablo II ha recordado que cuando el Señor dice "Ecclesiam meam": "Eso significa que la Iglesia será siempre Iglesia de Cristo, Iglesia que pertenece a Cristo". En 1955, el Papa Pío XII escribía la alentadora carta "A la Iglesia de Cristo" que peregrina en los países de América Latina. Nueve años después, el Papa Pablo VI titulaba su encíclica programática Ecclesiam suam, señalando: "Jesucristo ha fundado su Iglesia para que fuese al mismo tiempo madre amorosa de todos los hombres y dispensadora de salvación". Se describe así una magnífica realidad que es motivo de confianza y una gran alegría para todos los hijos de la Iglesia.

Desde siempre
Que la Iglesia es de Cristo, no es novedad para el creyente. Pues como acabamos de recordar lo manifiesta el mismo Señor Jesús. Él llama suya a la Iglesia. Por muchas razones esto es así. La Iglesia hace presente al Señor Jesús en el mundo. El Concilio enseña que "del costado de Cristo dormido en la Cruz, nació el admirable sacramento de toda la Iglesia". Grande misterio el de la Iglesia que se identifica como Cuerpo Místico del que el Señor Jesús es la Cabeza.
Hablando, pues, en sentido propio, la Iglesia es de Cristo, es el Pueblo de Dios. El Señor "la adquirió con su sangre, la llenó de su Espíritu y la proveyó de medios aptos para una unión visible y social". Como bien dice la Lumen gentium, "la Iglesia es en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano". Ella es sacramento universal y necesario de salvación que manifiesta la realidad del Señor presente y reconciliante. Es la luz del Señor la que "resplandece sobre el rostro de su Iglesia". Su sacramentalidad, su naturaleza reconciliativa que lleva a la comunión, y su misión apostólica son rasgos que expresan la realidad de la Iglesia como Pueblo que acoge el Evangelio, y dejándose evangelizar y reconciliar, responde a la misión de anunciar la Buena Nueva de Jesús, Evangelizador y Reconciliador.

Comunión
El Señor Jesús "estableció su Iglesia santa, comunidad de fe, esperanza y caridad en este mundo". Él "la erigió para siempre como columna y fundamento de la verdad". El Concilio presenta esta enseñanza a nuestro tiempo. También el Magisterio del Papa Juan Pablo II lo ha venido reiterando. La adhesión plena a Cristo y al Plan divino que en Él se manifiesta, es adhesión a su Iglesia, la Iglesia de Cristo, la que confesamos, "credo Ecclesiam". La fidelidad a la Iglesia, invita a sentir con Ella y amarla coherentemente.
En la Ecclesia in America, el Papa, recordando la parábola de la Vid y los sarmientos, dice: "Es necesario proclamar que la Iglesia es signo e instrumento de la comunión querida por Dios, iniciada en el tiempo y dirigida a su perfección en la plenitud del Reino. La Iglesia es signo de comunión porque sus miembros, como sarmientos, participan de la misma vida de Cristo, la verdadera vid. En efecto, por la comunión con Cristo, Cabeza del Cuerpo místico, entramos en comunión viva con todos los creyentes".

Misión
Ante ese magno horizonte que se muestra en la realidad de la Iglesia de Cristo, todos, "siendo sinceros en la caridad" desde el propio estado y desde la propia misión de vida, hemos de crecer en todo lo que atañe al divino Plan para cada cual, de manera que, en unión con la Cabeza que es Cristo, todo el Cuerpo, con la fuerza de la gracia, vaya creciendo y cooperando en la realización de la misión de la Iglesia, edificando en justicia, caridad y verdad. Precisamente la luz de la verdad, que siempre debe signar nuestro amor y adhesión al Señor y a su Iglesia, es base para que se haga concreta y se despliegue la comunión, y brille así de manera más radiante, manifestando en ello una fundamental dimensión de la sacramentalidad de la Iglesia.
La misión apostólica que cada creyente está invitado a vivir supone un encuentro con el Señor y la adhesión afectiva y efectiva a su divino Plan. El anuncio de la Buena Nueva que debe hacer cada hijo de la Iglesia, ha de encarnarse en su propia vida y ha de testimoniarse mediante la coherencia cotidiana, así como por la proclamación de la fe. De cara al siglo XXI el misterio de la Iglesia del Señor Jesús adquiere una renovada intensidad. El Jubileo que precede al nuevo milenio ha de iluminar asuntos fundamentales para la vida cristiana. La fe debe hacerse más consciente y desplegarse con cotidiana constancia, mostrándose respuesta a los anhelos del ser humano.
En este link puedes encontrar más textos de Luis Fernando http://www.m-v-c.org/subsidios/lff.htm

27 feb 2009

Catolicos alejados, vuelvan a casa,

Dentro de la Iglesia hay numerosos esfuerzos por acercar nuevamente a los hermanos que por diversos motivos se han alejado de ella. Dentro de esos esfuerzos se encuentra "Catolicos regresen", Organización que busca acompañar a quienes se encuentran alejados a caminar de vuelta a casa.

"Nuestras vidas en la tierra deben ser una búsqueda con todo el corazón de Dios y Su verdad. Para algunos esta búsqueda es fácil y rápida, para otros puede ser larga y laboriosa. El propósito de Católicos Regresen es hacer de tu búsqueda de la verdad absoluta lo más fructífera y fácil.

El viejo adagio es verdad: “Dios te ama”. El te ama tanto que envió a Su único y amado Hijo, Jesucristo, a morir en la cruz, y resucitar de entre los muertos para redimirnos y salvarnos del pecado y de la enajenación. Y, como Cristo prometió, “No los dejaré huérfanos” (Juan 14:18). El estableció la Iglesia — la Iglesia Católica, con todas sus imperfecciones humanas — como el refugio de las tormentas en esta vida".

Este es un video realizado con el fin de invitar a aquellos católicos que se han alejado de su hogar a volver a casa.

http://www.catolicosregresen.org/epic/epicSP.html

Estoy en la Iglesia


Cardenal Jean Danielou


Muchos cristianos dan hoy la impresión de que no se sienten a gusto en la Iglesia y que sólo permanecen fieles a Ella con dificultad. Debo decir que mi experiencia es contraria a la suya. La Iglesia nunca me ha defraudado. Más bien soy yo quién se inclinaría a acusarme de no haber aprovechado todos los beneficios que tiene para ofrecerme. Un teólogo escribió cierta vez que podía entender a Simone de Beauvoir dejando la Iglesia que ella conoció. ¡Como si fuera necesario esperar hasta el Vaticano II para encontrar la Iglesia en la cual se puede respirar!

El ambiente cristiano en el que yo crecí era el mismo que el de Simone de Beauvoir. Sus maestros fueron Gilson y Maritain, Bernanos y Mauriac, Mounier y Garric. Este ambiente era de una calidad excepcional. Y esto habría bastado para permitirme consagrarme a él.

Pero otras personas pueden no haber tenido este privilegio. Pueden haber encontrado entornos cristianos que eran estrechos, mediocres u opresivos. Pueden haberse sentido intimidados en sus legítimas aspiraciones. Es más, pueden haber percibido un desacuerdo entre la fe como es profesada y la manera como es vivida. Pueden haber sentido que la libertad intelectual, la lucha por la justicia, la realización de lo humano, podría encontrarse en alguna otra parte en mayor magnitud. Y es verdad que la Iglesia, en la realidad concreta y sociológica de los entornos que la representan - lo que Peguy llamaba "el mundo cristiano" - puede ser una desilusión.

Si las razones para permanecer en la Iglesia o para separarse de Ella eran de este orden, entonces no podían ser muy fuertes. Es por eso que no admito que uno deje la Iglesia por argumentos semejantes, ni tampoco que yo permanezco dentro de la Iglesia debido a los motivos contrarios. Si nosotros quisiéramos encontrar comunidades fraternales, personas generosas, mentes con inventiva, éstas después de todo se pueden encontrar en otra parte.


Para ver el resto del texto puesdes entrar a: http://multimedios.org/docs/d000119/

Para ver un video sobre la verdad acerca de la Iglesia Católica puedes entrar a:

http://www.youtube.com/watch?v=ntwncXj8DTE&feature=channel_page



11 nov 2008

Visión de eternidad

por p. San Alberto Hurtado
Meditación de Semana Santa para jóvenes, escrita en 1946

¿Qué piensa Dios del hombre? ¿De la vida? ¿Del sentido de nuestra existencia? ¿Condena Él esos inventos, ese progreso, ese afán de descubrir medicinas eficaces, automóviles veloces, aviones contra todo riesgo? No. Más aún, se alegra de esos esfuerzos que nos hacen mejor esta vida a nosotros. Pero para los que en medio de tanto ruido guardan aun sus oídos para escuchar nos dice: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia».Oye, hijo: «Yo». ¿Quién? «Yo», Jesús, Hijo de Dios y Dios verdadero. «Yo», el Dios eterno, «he venido»: he hecho un viaje... viaje real, larguísimo. De lo infinito a lo finito, viaje tan largo que escandaliza a los sabios, que desconcierta a los filósofos. ¡Lo infinito a lo finito!, ¡lo eterno a lo temporal! ¿Dios a la creatura? Sí, ¡así es! Ese viaje es mi viaje realísimo. «Yo he venido»: ¡Ése es mi viaje! Por el hombre. La única razón de ese viaje: el hombre. ¿Ese minúsculo y mayúsculo? Porque si bien es pequeño, es muy grande; ¿es lo más grande del universo? ¿Mayor que los astros? Por ellos nunca he viajado, ¡ni menos sufrido! Por el hombre sí...Por el hombre, quizás no me entiendes: Por ti negrito, por ti pobre japonés; por ti, chilenito de mis amores, por ti, liceano de Curicó. Yo no amo la masa; amo la persona: un hombre, una mujer... «¡He venido» por ti!«Para que tengan vida». ¿Vida? Pero, ¿de qué vida se trata? La vida, la verdadera vida, la única que puede justificar un viaje de Dios es la vida divina: «Para que nos llamemos y seamos hijos de Dios» (1Jn 3,1). Nos llamemos, ¡¡y lo seamos de verdad!! No hace un viaje lejano el Dios eterno si no es para darnos un don de gran precio: Nada menos que su propia vida divina, la participación de su naturaleza que se nos da por la Gracia.


Para leer el texto completo puedes entrar a