22 nov 2007

"Ustedes son la luz del mundo"


Discurso a los jóvenes reunidos en la cima del Cerro San Cristóbal, la noche anterior a Cristo Rey, en octubre de 1938

Mis queridos jóvenes:

La impresionante ceremonia que se realiza esta noche está llena del más hondo significado. En lo alto de un cerro, bajo las miradas de nuestro Padre Dios y protegidos por el manto maternal de María, que eleva sus manos abiertas a lo alto intercediendo por nosotros, se reúne, caldeada de entusiasmo, una juventud ardiente, portadora de antorchas brillantes, llena el alma de fuego y de amor, mientras a los pies la gran ciudad yace en el silencio pavoroso de la noche.

Esta escena me recuerda otra, ocurrida hace casi dos mil años, también sobre un monte al caer las tinieblas de la noche... En lo alto, Jesús y sus apóstoles, a los pies una gran muchedumbre ,y más allá las regiones sepultadas en las tinieblas y en la oscuridad de la noche del espíritu (cf. Sal 106,10). Y Jesús conmovido profundamente ante el pavoroso espectáculo de las almas sin luz, les dice a sus apóstoles «Ustedes son la luz del mundo» (Mt 5,14). Ustedes son los encargados de iluminar esa noche de las almas, de caldearlas, de transformar ese calor en vida, vida nueva, vida pura, vida eterna...

También a ustedes, jóvenes queridísimos, Jesús les muestra ahora esa ciudad que yace a sus pies, y como entonces se compadece de ella: «Tengo compasión de la muchedumbre» (Mc 8,2). Mientras ustedes –muchos, pero demasiado pocos a la vez– se han dado cita de amor en lo alto... ¡Cuántos, cuántos... a estas mismas horas ensucian sus almas, crucifican de nuevo a Cristo en sus corazones, en los sitios de placer, desbordantes de una juventud decrépita, sin ideales, sin entusiasmo, ansiosa únicamente de gozar, aunque sea a costa de la muerte de sus almas...! Si Jesús apareciese en estos momentos en medio de nosotros, extendiendo compasivo su mirada y sus manos sobre Santiago y sobre Chile, les diría: «Tengo compasión de esa muchedumbre...» (Mc 8,2).

Allí a nuestros pies yace una muchedumbre inmensa que no conoce a Cristo, que ha sido educada durante años y años sin oír apenas nunca pronunciar el nombre de Dios, ni el santo nombre de Jesús.

Yo no dudo, pues, que si Cristo descendiese al San Cristóbal esta noche caldeada de emoción les repetiría mirando la ciudad oscura: «Me compadezco de ella», y volviéndose a ustedes les diría con ternura infinita: «Ustedes son la luz del mundo... Ustedes son los que deben alumbrar estas tinieblas. ¿Quieren colaborar conmigo? ¿Quieren ser mis apóstoles?».

Este es el llamado ardiente que dirige el Maestro a los jóvenes de hoy. ¡Oh, si se decidiesen! Aunque fuesen pocos... Un reducido número de operarios inteligentes y decididos, podrían influir en la salvación de nuestra Patria... Pero, ¡qué difícil resulta en algunas partes encontrar aun ese reducido número! La mayoría se quedan en sus placeres, en sus negocios... Cambiar de vida, consagrarla al trabajo para la salvación de las almas, no se puede, no se quiere...

¡Cuántos son llamados por Cristo en estos años de vuelo magnífico de la juventud! Escuchan, parecen dudar unos instantes. Pero el torrente de la vida los arrastra. Pero ustedes, mis queridos jóvenes, han respondido a Cristo que quieren ser de esos escogidos, quieren ser apóstoles... Pero ser apóstoles no significa llevar una insignia en el ojal de la chaqueta; no significa hablar de la verdad, sino vivirla, encarnarse en ella, transformarse en Cristo. Ser apóstol no es llevar una antorcha en la mano, poseer la luz, sino ser la luz...

El Evangelio más que una lección es un ejemplo. Es el mensaje convertido en vida viviente. «El Verbo se hizo carne» (Jn 1,14). Lo que fue desde el principio, lo que oímos, lo que vimos con nuestros ojos y contemplamos, y palpamos con nuestras manos, es lo que os anunciamos (cf. 1Jn 1,1-3). El Verbo, el Mensaje divino, se ha encarnado: la Vida se ha manifestado. Hemos de ser semejantes a cristales puros, para que la luz se irradie a través de nosotros. «Vosotros los que veis ¿qué habéis hecho de la luz?» (Claudel).

Una vida íntegramente cristiana –mis queridos jóvenes– he ahí la única manera de irradiar a Cristo. Vida cristiana, por tanto, en vuestro hogar; vida cristiana con los pobres que nos rodean; vida cristiana con sus compañeros; vida cristiana en el trato con las jóvenes... Vida cristiana en vuestra profesión; vida cristiana en el cine, en el baile, en el deporte.

El cristianismo, o es una vida entera de donación, una transformación en Cristo, o es una ridícula parodia que mueve a risa y a desprecio.

Y esta transformación en Cristo supone identificarse con el Maestro, aún en sus horas de Calvario. No puede, por tanto, ser apóstol el que por lo menos algunos momentos no está crucificado como Cristo. Nada harán, por lo tanto, los que hagan consistir únicamente el apostolado, la Acción Católica, en un deporte de discursos y manifestaciones grandiosas... Muy bien están los actos, pero ellos no son la coronación de la obra, sino su comienzo, un cobrar entusiasmo, un animarnos mutuamente a acompañar a Cristo aún en las horas duras de su Pasión, a subir con Él a la cruz.

Antes de bajar del monte –jóvenes queridos– les pregunto también en nombre de Cristo: ¿Pueden beber el cáliz de las amarguras del apostolado? ¿ Pueden acompañar a Jesús en sus dolores, en el tedio de una obra continuada con perseverancia? ¿Pueden? Si ustedes titubean, si no se sienten con bríos para no ser de la masa, de esa masa amorfa y mediocre, si como el joven del Evangelio sienten tristeza de los sacrificios que Cristo les pide... renuncien al hermoso título de colaborador y amigo de Cristo.

¡Oh Señor!, si en esta multitud que se agrupa a tus pies brotase en algunos la llama de un deseo generoso y dijera alguno con verdad: «Señor, toma y recibe toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento, toda mi voluntad, todo lo que tengo y poseo, lo consagro todo entero Señor a trabajar por ti, a irradiar tu vida, contento con no tener otra paga que servirte y, como esas antorchas, que se consumen en nuestras manos, consumirse por Cristo...». Renovarían en Chile las maravillas que realizaron los apóstoles en la sociedad pagana, que conquistaron para Jesús.

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