En Mt. 22-36-39 el Señor Jesús plantea lo que debe ser para nosotros la vida cristiana. Si antes de su venida, el cumplimiento del Decálogo constituía para los judíos una pauta de vida, el Señor Jesús le da un sentido renovado de manera tal que la vida cristiana no es otra cosa que vivir amando al Señor con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con toda nuestra mente, así como amar al prójimo como a mi mismo.
Esta vocación hermosa al amor adquiere para cada uno en particular, un sentido y un significado especial, concreto, único, que es el plan que Dios - en su infinito amor- ha diseñado para que cada uno se despliegue en ese amor.
Así, el plan de Dios se convierte en el camino concreto para transitar por esta vida terrena, desplegando su amor y por ende, viviendo la vida cristiana. Entonces debemos discernir si el trabajo que desempeñamos es el querido para nosotros por el Señor.
Criterios que pueden servir para realizar este discernimiento son - a manera de ejemplo - los signos que hemos descubierto al momento de acceder a él o que permitieron confirmar que era un buen trabajo para sí y su familia en relación con las circunstancias que se vivían ya sea en el entorno personal y/o familiar; el horizonte de despliegue personal que dicho trabajo brinda así como el necesario espacio que brinda al despliegue en familia y comunidad; los medios temporales que brinda en relación con las necesidades reales de la familia, entre otros.
Queda en el discernimiento personal de cada uno confirmar estos aspectos o dilucidar en todo caso cuál es el espacio laboral que considera que Dios lo llama a vivir...
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